Se cuenta la historia de un pequeño ratón que decidió mudarse a una granja. Los dueños de la granja eran dos ancianos que tenían: una gallina, un gallo, un cerdo y una vaca.
Al pasar de los días, el dueño de la granja se dio cuenta que había un ratón en ella, al instante fue a comprar una ratonera para atraparlo y terminar con él. El pequeño ratón, al notar el peligro, comenzó a pedir ayuda. Primero fue al gallinero, pero el gallo y la gallina le dijeron que no era problema de ellos y continuaron rascando, luego fue donde estaba el cerdo, éste respondió que no tenía tiempo. Finalmente fue donde la vaca, la cual le dijo que no podía ayudarle, ya que tenía muchas tareas que hacer.
Al ver que nadie quería ayudarle, el ratón se sentía decepcionado, pensaba que de un momento a otro iba a caer en la ratonera.
Una noche la esposa del grajero escuchó que la ratonera había atrapado algo, ella en la oscuridad fue a averiguar, pero la ratonera había atrampado una serpiente y la mordió. La señora cayó en cama muy grave.
Para tratar de reanimarla, el granjero cocinó un caldo de gallina y al otro día coció una sopa de gallo.
Las visitas llegaban a ver a la señora enferma y el granjero decidió cocinar el cerdo para darles de comer. Pero, aún con los cuidados, la señora empeoró y finalmente murió. Entonces el granjero tuvo que vender la vaca, a un destazadero, para pagar los gastos fúnebres.
En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir. Hechos 20:35
Dios nos enseña que debemos ayudar a los necesitados, a los desprotegidos y a todos aquellos que buscan de nuestra ayuda.
Pero la ayuda no únicamente aplica para las personas, sino también al planeta que Dios nos ha dado para cuidarlo. Pueda ser que te no importe gastar los recursos naturales de una forma desmedida, o arrojar basura en lugares inadecuados y contaminar el ambiente.
Al final esas malas prácticas traerán consecuencias que no solo afectarán a nuestra generación, pero también a las futuras, incluyendo probablemente a tus hijos y nietos.
Debemos aprender a dejar de lado nuestra indiferencia y no esperar que otro haga el trabajo que Dios nos ha encomendado hacer.
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